


La princesa que no sabía elegir
Por Nelson Manrique
Es llamativo el efecto nefasto que han tenido algunos hombres en la carrera política de Lourdes Flores. Primero fue su papá. En la campaña presidencial del 2001 a Lourdes solo le faltaba un empujoncito para asegurar su pase a la segunda vuelta. Entonces su papá tuvo la ingeniosa salida de calificar a Alejandro Toledo de "auquénido de Harvard", lo que tuvo un efecto redondo: su hija, que hasta entonces parecía la segura ganadora, perdió las elecciones.
Luego vino Papá (Dionisio Romero, claro). En la campaña del 2006 –que Lourdes inició con un respaldo que por primera vez rebasaba el ámbito de Lima y de los sectores acomodados– aparentemente don Dionisio decidió que ya era hora de dejarse de hipocresías y que mejor gobernaba el país directamente. Impuso entonces a Arturo Woodman –su fiel operador– en la plancha presidencial de Lourdes. ¡Ay fortuna cruel! Era el flanco que Alan García necesitaba para cargarle el remoquete de "candidata de los ricos" (luego se sabría que era por celos, cuando García se ganó esforzadamente el título de "presidente de los ricos"). Y para redondear el ultraje, Woodman la abandonó de inmediato y se trepó al carro del ganador, porque don Dionisio querrá mucho a Lourdecita pero negocios son negocios...
Para completar la campaña (a la tercera va la vencida), vino la relación con César Cataño, o Adolfo Carhuallanqui Porras. Como es sabido, Lourdes Flores ha sido su abogada, ha presidido el directorio de su aerolínea Peruvian Airlines y, ante las críticas por los sospechosos antecedentes de su cliente, afirmó que ponía las manos al fuego por él. No se trata de hechos perdidos en un remoto pasado. Hasta junio, según su propia confesión, Lourdes ha venido cobrando US$ 10 mil mensuales de honorarios a Cataño por "un trabajito" cuya naturaleza no ha querido explicar.
¿Están seguras sobre el fuego las manos de Lourdes? Juzgue el lector. El 3/8/09 Reniec canceló el DNI de Carhuallanqui-Cataño porque descubrió que este tenía "identificaciones múltiples" y había sorprendido a las autoridades de esa institución. Adolfo Carhuallanqui Porras, nacido el 4/3/62 e hijo de Martín Urbano Carhuallanqui Cataño y María Nélida Porras Palomino, cambió dolosamente su nombre por el de César Ricardo Cataño Porras cuando estaba acusado de narcotráfico junto con su madre doña María Porras, luego de que fuera encontrado con 100 kg de cocaína. Su expediente fue oportunamente extraviado en Junín y su acusación prescribió (¿suena conocido?). Carhuallanqui cambió su identidad dos veces en 1984, adulteró además los nombres de sus progenitores y hasta su propia fecha de nacimiento ("Al destape: revelan pasado de César Cataño Porras", El Comercio, 5/9/2009).
Asistió después al programa de TV de César Hildebrandt y cayó en múltiples contradicciones; entre ellas, declarar que había hecho utilidades por 10.5 millones de dólares en la importación de autos usados (causa en la que fue defendido por Lourdes Flores) y pagado impuestos por US$ 30 millones. El escándalo obligó a Lourdes a renunciar a la presidencia de la aerolínea de Cataño, pero, según su propio testimonio ante Rosa María Palacios, no la llevó a cortar sus relaciones laborales con él. Estos datos son pertinentes en una campaña que la propia Lourdes ha definido como de zanjamiento entre la decencia y la corrupción.
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